domingo, 15 de febrero de 2009

Derechos humanos, humanos torcidos

Llegamos a La Habana con alojamiento en una casa de familia ubicada en el Municipio Playa, donde alquilan habitaciones a turistas, en un barrio residencial, donde se combinan mansiones destruidas habitadas por una familia cada cuatro paredes, -algunas, reflejos de un pasado de lujoso al mejor estilo colonial- y por otro lado departamentos diminutos ubicados en largos pasillos. Hoteles para turistas, transporte para turistas, tiendas para turistas... donde los cubanos no tienen posibilidad de entrar, y a veces no es cuestión de poder adquisitivo, es peor; es imponer el no trato entre cubanos y turistas con vigilancia policial para tal fin. Ví a los cubanos como víctimas del poder de la revolución (Y pensar que venden al mundo el arquetipo de la lucha por la libertad y la igualdad...) Los ciudadanos no tienen acceso libre a la información, por lo cual, tienen imposibilidad de elegir, no les es permitido irse, -aunque algunos lo logran- solo cuentan con el proyecto de llegar al día siguiente, sin anhelos personales. Un truncamiento de sueños en masa... Llegué a sentir vergüenza de vivir en un mundo donde se puede elegir. Todo es una miscelánea incoherente difícil de comprender, el choque es enorme, mis principios sociales y políticos, entraron en franca e irreversible caída. La realidad habanera definitivamente cambio en pocos días mi percepción de la revolución.
Caminando sin rumbo por las calles de Habana Vieja, la policía nos detuvo, para pedir documentación a J. y a su primo Y. El representante de la ley solicitó sus antecedentes penales por handy, realizó una serie de preguntas, cual interrogatorio a delincuente. Sentí un sabor abominable en la garganta con una pizca de espanto pero sin cobardía, no dejé de observar ni por un momento el rostro de mi negro, desbordado de impotencia... Nos desayunamos en aquel momento que existe una ley que protege al turista, -ley de acoso al turista- por la cual ellos no tienen permitido caminar por esas callecitas maravillosas, en nuestra compañía... Momentos después quedamos liberados, continuamos la caminata con un calor abrasador, ya la tarde había terminado, pero mi capacidad de sorpresa no:

sí, una calle llamada Amargura.


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